28 enero, 2009

Últimos días

Enero va llegando a su fin y se acaban las películas del verano. Poesía por cable hará su última transmisión el próximo sábado. Para ese entonces se podrá ver completo el trabajo realizado. Se podrá buscar frases interesantes en el diálogo entre poesía y cine. Se podrá explorar un libro que no puede cerrarse, porque no tiene lomo, ni tapa, ni contratapa.

15 enero, 2009

El fin del amor (segunda parte)

Leer parte I
Misteriosa Bahía Blanca IV

Cuando la novia lo dejó abruptamente, Martín sufrió una combinación de ira y comportamientos compulsivos.

Al otro día la esperó y la siguió. Ella salía de cursar en la Universidad a las seis. Seis y diez ya estaba arriba de la bicicleta andando por Alem como saliendo de Bahía. Martín iba en moto así que le dio una cuadra de ventaja. ¿A dónde vas? A lo del pelotudo de Gabriel, o a lo de Nacho, que siempre te miraba las tetas… ¿eh? ¿a dónde mierda vas? La ex seguía pedaleando derecho por Alem, cada vez se alejaba más. A la altura del 4.000, casi llegando a la ruta se metió en un descampado. Martín ya no pensaba nada, estaba desconcertado. Anochecía, apuró la moto para alcanzarla.

Desde la calle vio una escena espantosa. La ex se acercó a una casa blanca, golpeó la puerta de madera medio desvencijada y esperó. El tipo que abrió era grandote, muy grandote. Estaba en cuero con un jean sucio. Era panzón y peludo. Tenía una cabeza tan grande que parecía que le iba a explotar, los ojos eran oscuros. De la pelada le caían gotas de transpiración que brillaban por la luz de la entrada. Extendió su mano de gorila como diciendo pasá y ella sin decir una palabra, casi sin mirarlo, entró.

Tenía que saber qué estaba pasando. Se acerco a la casa. Se agachó contra l
a pared para espiar por la ventana. No lo podía creer. Era la peor película porno que había visto en su vida. No había placer, era todo sadismo. Conoció partes del cuerpo de su novia que nunca había visto antes. Cuando llegaron las escenas escatológicas dijo basta. No pudo ver más. Martín estaba en un aprieto, sentía una furia incontenible, pero si lo agarraba ese ogro lo destrozaba. Vuelvo mañana y lo mato. Vuelvo mañana con palo y una cadena y lo mato. Pensó.

Al otro día regresó y en donde estaba la casa encontró un caballo que parecía una vaca.
Intentó seguirla otra vez pero ella nunca más volvió. En Bahía Blanca hay una casa sin lugar ni tiempo que sólo aparece cuando la necesitan. Que les quita a las mujeres hasta el más mínimo resto de amor que puedan tener en el cuerpo. Una casa en la que un gordo gigante y peludo somete sexualmente a nuestras ex novias.

Foto Jimmy Chaban

Leer Misteriosa Bahía Blnaca I, II, y III

14 enero, 2009

El fin del amor

Misteriosa Bahía Blanca IV


La casa no tiene una ubicación exacta, pero sí cumple una función muy precisa. Es una casa que sólo aparece cuando la llaman. Que sólo aparece cuando alguien la necesita.



El fin del amor es doloroso. Siempre. Esa pérdida se canaliza de las formas más variadas: depresión, ira, negación, hiperactividad, degradación física, comportamiento compulsivo y regresión, entre otras. Pero las mujeres no están solas ante el dolor, tienen un lugar en donde refugiarse.


Después de dos años de un noviazgo que pintaba para toda la vida, Martín sufrió una ruptura abrupta. Miedo. Esa fue la palabra que le quedó retumbando en la cabeza. Miedo al compromiso, miedo a equivocarse, miedo a perder a sus amigas y bla bla bla bla bla bla bla, llanto, y bla bla bla bla bla.


Puta, hija de puta, ¿cómo me va a dejar?, me querés de decir ¡¿Cómo?! debe tener otro la muy puta. Puta de mierda, dos años tiró a la basura, ¡dos años! ¡Quehijadeputa! ¿Tendrá otro?, no puede ser, pero sí, tiene otro seguro, ¿miedo? A qué miedo la puta que te parió, ¡tenés otro conchuda!, pero de dónde lo sacó, seguro de la Universidad. Sí, seguro. Lo mato. Yo lo mato.


En Martín se dio una combinación de ira con comportamientos compulsivos.
Foto: Jimmy Chaban


Continúa mañana...


Leer Misteriosa Bahía Blnaca I, II, y III

08 enero, 2009

El cementerio de los zapatos (segunda parte)

Misteriosa Bahía Blanca III

Esa tarde, cuando fui a pagar el arreglo de los botines, la zapatería ya no estaba. En esa callecita del barrio Universitario, la más angosta de la ciudad, no había zapatería alguna. El día anterior antes de escapar aterrado, el zapatero había gritado el nombre de un lugar: el Barrioparque. Tenía que encontrarlo.

El capitalismo salvaje es una gran mentira. Una metáfora creada por ellos. Nadie arregla sus zapatos porque es más fácil comprar unos nuevos, se quejan buscando compasión. Pero todo es un engaño para ocultar sus creencias. Para resguardar el secreto que los mantiene vivos. Es más fácil creer en el capitalismo salvaje, que creer en vampiros. Aunque no estamos hablando estrictamente de vampiros, los zapateros son lo más cercano que conocí.

En un mapa la única referencia que encontré fue el Barrio Parque Patagonia. Después de dar vueltas en círculo un par de horas, crucé la ruta que va al Aeropuerto. Ya empezaba a caer el sol y yo me había adentrado por terrenos baldíos con pastos secos que me llegaban a las rodillas.


Tenía que volver. Encendí las luces de la moto y ahí estaba. En una mata de arbustos colgaba la gorra blanca con el nombre de la zapatería. Apagué las luces. Justo después de la planta el terreno hacía un declive imposible de ver a la distancia. Me acerqué sigiloso, acompañado por el ruido del viento y de los insectos. En ese pozo había un cementerio de zapatos. Apenas el sol cruzó la línea del horizonte aparecieron como sombras, todos traían zapatos en las manos, los dejaban en una pila a los pies de un hombre alto y flaco, con delantal de cuero.

En el motón reconocí a mi zapatero, primero por la pelada, después por la ropa. Era la misma que llevaba puesta el día anterior, pero mas sucia y gastada. El hombre alto fue el primero en agarrar un zapato con sus dos manos y morderlo desesperadamente. Después todos se abalanzaron e hicieron lo mismo. No quise ver más. Procuré no moverme. Me acosté en un huequito en la tierra para esperar hasta que llegara el nuevo día. Eran animales. Era su alimento. Antes de cerrar los ojos me saqué las zapatillas y las tiré bien lejos.

07 enero, 2009

Pesqué un Mairal


El sábado volví a insistir con eso de la pesca. Esta vez, el anfitrión fue el Ícaro, un barco para 30 personas que partió sin prisa a las siete de la mañana de Puerto Belgrano.

El saldo fue muy positivo: cero vómito, comida diez puntos, bebida diez puntos, una corvina de tres kilos antes del mediodía, tres o cuatro pescadillas, un gatuso, un gato pardo bebé, un millón de chuchos, una raya con espina venenosa y el final de la novela Salvatierra de Pedro Mairal.

El relato es breve, transcurre en Barrancales un pueblito cercano al Paraná, donde duerme la obra de Salvatierra: una tela continua de 42 kilómetros que no tiene bordes, que fluye como el río y se mezcla con el río y es un río. La tela de Salvatierra es una biografía en imágenes. Después de su muerte y la de su esposa, son sus hijos los que intentarán hacer algo con esa obra que junta polvo en un viejo galpón. Pero no va a ser tan sencillo, a ellos ese trabajo les va a significar tener que conocer a su padre, aunque no quieran.

Mairal tiene una escritura amable, medida. No hay excesos de ningún tipo, como tampoco falencias. La novela empieza y termina en el momento justo. En mi día de pesca, Salvatierra entra en el cajón de las pescadillas. Un buen libro para empezar el año, que no ronronea como la corvina, pero tampoco es como las rayas, que hay que golpearlas contra el casco del barco para que se asusten y se vayan lejos.



03 enero, 2009

Avión

puedo ser paranoico, pero no soy un androide

puedo ser histérico. histérico e inútil, pero no soy un androide

esta autopista está llena de androides

porqué me siguen?

soy débil, lo sé, pero no soy un androide

en la autopista los autos se hablan

me hablan

recuerdo haber visto androides de chico. temo perder

no quiero perder el control.

a veces no recuerdo si soy paranoico,

pero no recuerdo, nunca, ser un androide

los autos me encierran

los autos me encierran

me asfixian

el aire es vital si no sos un androide

estoy llegando al aeropuerto

quiero subir al avióN

(necesito (despegar